La sabiduría convencional sobre la preservación del patrimonio suele centrarse en estrategias defensivas: evitar la volatilidad del mercado, cubrirse contra la inflación o minimizar la carga fiscal. Si bien estos aspectos son importantes, nuestra experiencia con familias multigeneracionales revela una amenaza más sutil pero más profunda para la prosperidad a largo plazo: el costo oculto de la inacción.
La mayoría de las familias comprende los riesgos evidentes de tomar malas decisiones de inversión o sufrir caídas del mercado. Lo que a menudo subestiman es cómo postergar decisiones críticas sobre gobernanza, sucesión o alineación familiar puede erosionar, de forma sistemática, tanto el capital financiero como la unidad familiar con el tiempo. El precio de “esperar el momento adecuado” suele ser mucho más alto que el de actuar de manera imperfecta pero oportuna.
El efecto compuesto de las decisiones postergadas
Considere las matemáticas de la procrastinación en la gestión patrimonial. Numerosos estudios demuestran que postergar decisiones financieras conlleva costos medibles. Para las familias, estos costos se acumulan simultáneamente en múltiples dimensiones.
Cuando se aplazan decisiones de inversión, no se mantiene simplemente el statu quo; en realidad, se está eligiendo la obsolescencia. Una estrategia de cartera adecuada hace cinco años puede no estar alineada con las condiciones actuales del mercado, las circunstancias familiares o los objetivos de transferencia generacional. Cada año de demora no solo representa oportunidades perdidas que podrían haberse optimizado, sino costos reales: desde retornos no obtenidos, pérdida de eficiencias fiscales, hasta la creciente dificultad de adaptar estrategias heredadas a nuevas realidades.
Las estadísticas sobre planificación sucesoria son especialmente reveladoras
Los estudios indican que solo el 34 % de las empresas familiares cuentan con planes de sucesión sólidos, mientras que otras investigaciones muestran que menos de una de cada diez empresas en el Reino Unido tiene la planificación sucesoria plenamente integrada en su estrategia. Esto no es simplemente una omisión administrativa: representa una falla fundamental en reconocer que las transiciones de liderazgo son inevitables, y que la preparación —más que la perfección— es lo que determina los resultados.
La trampa psicológica del “momento óptimo”
Las familias suelen posponer la acción mientras esperan tener claridad, certeza o la solución perfecta. Este instinto, aunque comprensible, refleja una comprensión equivocada de cómo funciona realmente una buena gestión patrimonial.
La inercia financiera —la tendencia a evitar los ajustes necesarios en el plan financiero— puede generar costos importantes a largo plazo, que se acumulan de forma invisible con el tiempo. El miedo a tomar decisiones equivocadas a menudo impide que las familias tomen cualquier decisión, lo que paradójicamente garantiza resultados subóptimos.
Hemos observado casos de familias que pasan años debatiendo cuál es la “estructura de gobernanza adecuada”, mientras las dinámicas familiares se deterioran, las estrategias de inversión se desalinean cada vez más y la siguiente generación se distancia tanto del patrimonio como de los valores familiares. La búsqueda del plan perfecto se convierte en enemiga del progreso necesario.
Tres dimensiones del costo de la inacción
Erosión financiera
El costo más cuantificable es el financiero. Retrasar las revisiones de inversión provoca que las carteras se desvíen del perfil de riesgo adecuado y de las asignaciones estratégicas. Postergar la planificación fiscal implica perder oportunidades legítimas de optimización. Cada año de demora en establecer estructuras legales apropiadas representa ineficiencias en la transferencia patrimonial que se agravan con el tiempo.
La investigación sobre procrastinación y finanzas personales demuestra que quienes aplazan decisiones financieras enfrentan peores resultados: mayores niveles de deuda, ahorros insuficientes para la jubilación y mayor estrés financiero. En el contexto de familias con patrimonios significativos, estos patrones a nivel individual se amplifican de forma considerable.
Deterioro de la gobernanza
Quizás aún más costoso es el debilitamiento de la capacidad de toma de decisiones dentro de la familia. Sin marcos de gobernanza claros, suelen formarse estructuras de poder informales que con el tiempo pueden volverse disfuncionales. Las decisiones importantes se postergan indefinidamente, los conflictos no se resuelven y las reuniones familiares se convierten en ejercicios de evasión, en lugar de alineación.
Las oficinas familiares enfrentan con frecuencia parálisis decisional cuando no existe una estructura de gobernanza definida. Varios miembros pueden querer participar en las decisiones, pero sin procesos establecidos para alcanzar consensos, la familia queda paralizada por su propia complejidad. Esto genera un vacío de gobernanza en el que las decisiones urgentes se retrasan y la planificación estratégica de largo plazo nunca se concreta.
Desconexión generacional
El costo más profundo puede ser la desconexión gradual entre generaciones. Cuando las conversaciones sobre sucesión se posponen de manera indefinida, los miembros más jóvenes de la familia suelen desvincularse por completo del patrimonio familiar, ya sea por frustración ante la falta de claridad o por sentir que su opinión no es valorada.
Los estudios muestran que solo el 26 % de las oficinas familiares con planes de sucesión consultaron a la siguiente generación desde el inicio. Esta desconexión no solo afecta las futuras transiciones de liderazgo, sino que socava el propio concepto de patrimonio intergeneracional. Un patrimonio sin el compromiso y la comprensión de la próxima generación es, en última instancia, solo un problema mayor de impuestos sucesorios que está por llegar.
La falsa economía de la perfección
Muchas familias creen que son prudentes al esperar para actuar hasta contar con toda la información o un consenso perfecto. En la práctica, este enfoque casi siempre garantiza que la acción nunca se lleve a cabo, o que se actúe únicamente en respuesta a una crisis, en lugar de como parte de una planificación reflexiva.
Las investigaciones sobre este fenómeno son claras: la procrastinación opera principalmente a través de una disminución de la autoconfianza, creando un ciclo donde la demora reduce la confianza, lo que a su vez provoca más demora. Para las familias, esto significa que postergar conversaciones difíciles no las hace más fáciles, sino progresivamente más difíciles de abordar.
Si consideramos la planificación sucesoria en particular, las familias que gestionan las transiciones con mayor éxito no son aquellas que esperaron tener una claridad perfecta sobre las capacidades de la siguiente generación. Son aquellas que iniciaron el proceso de desarrollo con antelación, crearon oportunidades para una transferencia gradual de responsabilidades y construyeron sistemas de gobernanza capaces de adaptarse conforme las circunstancias evolucionaban.
Superar el pensamiento defensivo
La verdadera preservación del patrimonio requiere ir más allá de la mentalidad defensiva que domina la planificación financiera convencional. En lugar de centrarse principalmente en lo que se debe evitar, las familias exitosas desarrollan enfoques sistemáticos para avanzar aun en medio de la incertidumbre.
Esto implica establecer estructuras de gobernanza antes de que sean necesarias, iniciar las conversaciones sobre sucesión antes de que se vuelvan urgentes, y crear procesos de involucramiento familiar antes de que la desconexión se afiance. Significa elegir la evolución en lugar de la revolución, realizando mejoras incrementales de forma consistente, en lugar de esperar momentos transformadores que quizás nunca lleguen.
Implicaciones prácticas
Las familias con las que trabajamos y que logran superar el sesgo hacia la inacción comparten varias características clave:
Tratan la toma de decisiones como una habilidad que debe desarrollarse, no como una carga que debe minimizarse. Crean espacios regulares para el diálogo familiar, donde las conversaciones difíciles se vuelven habituales en lugar de excepcionales. Establecen principios y procesos que permiten tomar decisiones incluso cuando no es posible alcanzar un consenso total.
Y, lo más importante, reconocen que un plan perfecto ejecutado de manera inconsistente siempre será inferior a un buen plan implementado con constancia y reflexión a lo largo del tiempo.
El costo oculto de la inacción no es solo financiero; es la erosión gradual de la capacidad de la familia para gestionar su patrimonio de manera efectiva entre generaciones. Cuando estos costos se vuelven visibles, a menudo ya son irreversibles. Las familias que conservan su patrimonio con mayor eficacia son aquellas que actúan con la convicción de que una imperfección bien pensada y ejecutada consistentemente genera mejores resultados que planes perfectos que nunca pasan de la etapa de planificación.
En la gestión patrimonial, como en muchos ámbitos de la vida, el mayor riesgo no es tomar una mala decisión, sino no tomar las decisiones necesarias en absoluto.
Esta perspectiva se basa en nuestra experiencia trabajando con familias multigeneracionales y en investigaciones sobre gobernanza de oficinas familiares, planificación sucesoria y psicología de la toma de decisiones financieras. Cada familia tiene circunstancias únicas, y cada situación requiere enfoques personalizados desarrollados mediante una consulta cuidadosa.